octubre 03, 2016

SOLO LOS OBSTINADOS HEREDARÁN SUS SUEÑOS

Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Ayer 2 de octubre de 2016 Colombia vivió uno de sus más expectantes momentos, desde las 4:30 hasta pasadas las 5:00 pm, muchos creímos estar atrapados en una película de horror, padecimos el vértigo de la verdad. Cansado de tanta alharaca televisiva y mediática, decidí, después de votar, irme a cine con mis dos hijos de 16 y 15 años. Cuando salí noté la pesadumbre que acompañaba los rostros de la gente. El taxista que nos recogió llevaba en su cara la marca de un dolor que no contuvo, por eso me preguntó:
- ¿Cómo vio los resultados?, luego así mismo se contestó: ganó el No.
No podía creerlo, pero esa opción estaba anidada entre mis miedos. Miré a mis hijos, quienes también abrieron sus ojos casi acuosos. Luego el chofer intentó explicarme algunas cosas, dijo que era de Anzoátegui (Tolima), que su pueblo había sido muy azotado por la violencia, culpó al presidente Santos de esta derrota, dijo que todo se pondría peor. Le subió el volumen al radio para escuchar un nuevo boletín, era inevitable, las urnas daban su veredicto. Lo miré por el espejo, sus ojos estaban rojos, parecía haber llorado:
- Este país está loco, me dijo, la cagamos.
Miré de nuevo a mis hijos, mientras escuchaba al taxista que decía con un profundo lamento:
- Voté por el No, creí que el Si ganaba ampliamente.
No le dije nada, entendí su angustia, la mía, la de los colombianos que a esa hora nos unía un silencioso llanto de angustioso porvenir. Le pagué el servicio y le deseé suerte.
Llegué donde mi madre, nos habíamos puesto cita para celebrar el triunfo del Si. Mi madre ha vivido muchas guerras, los 52 años de este conflicto, que pretendíamos sellar, se los patió toditos, más otras violencias no inventariadas. La encontré contrariada mirando los boletines electorales. Nos saludamos con la complicidad de la zozobra, ella, sus nietos y yo. El tema era inevitable:
- Van ganando, me dijo. En su enunciación se notaba una leve esperanza en los últimos resultados.
- Ganaron, les respondí apesadumbrado.
Preparó un tinto el cual nos ofreció con achiras. Conversamos de algunas cosas cotidianas, de su salud, de mi trabajo, de sus nietos que siguen creciendo como varas. Pero volvimos a la inevitable realidad:
- Los colombianos aún seguimos matándonos entre godos y liberales, dijo-, la culpa no es del presidente, pueden poner ahí el más bueno y nosotros seguiremos en guerra, así somos, estamos malditos, concluyó sentenciando su argumento.
Volví a mirar a mis hijos y por un instante los imaginé obligados a prestar servicio militar, enfrentados en la selva a otro colombiano, ambos sin saber exactamente por qué, quizás porque los colombianos somos así. Sentí ira.
El 2 de octubre terminó muy silencioso, aunque los medios hacían mucha bulla. Las redes sociales se inundaron de lamentos, la desolación parecía ser la reina de las frases. La rabia en muchos no se pudo ocultar, sentían que Colombia era inviable, agónica, condenada a cien años más de soledad y guerra. Pensé entonces por qué la mayoría votó por el No, estas son mis conclusiones: Seguimos atados al miedo y la mentira, son las ganancias que nos ha dejado vivir siempre en guerra. 
Muchos de los simpatizantes del No celebraron dando gracias a Dios por el milagro. Ahí ya tenemos un síntoma. Las diferentes sectas que apoyaron el No, argumentaban que el comunismo se tomaría el país, que los gais serían presidentes, que la ideología de género destruiría la familia. Conozco profesores universitarios, con formación posgradual, que están convencidos de lo anterior, he ahí otro síntoma. De algo estoy seguro, si el Dios de los católicos y cristianos existiera celebraría la guerra, leyendo la Biblia se comprueba, es un Dios de ira, incluso alguna vez inundó el mundo para matarlos a todos, según el mito solo salvó al borracho de Noé y su familia. Por eso en Colombia necesitamos una educación laica, vivimos en la edad media, quemamos libros, perseguimos al diferente, actuamos como inquisidores. Ahí tenemos una gran tarea que hacer.
Otro aspecto relevante en esta decisión fue el miedo, lo vi en el rostro del taxista. Tenemos miedo de ser distintos, nos dijeron que los colombianos somos así, lo ratificó mi madre. Si algo mata la guerra es la esperanza, nos hunde en la desolación y nos ata a las pesadas cadenas de la resignación. Ayer muchos fueron a las urnas con miedo, otros no fueron por miedo. El miedo es hermano siamés de la mentira. 
Para alguien que desea y sueña con transformar la realidad, el 2 de octubre de 2016 puede ser la renuncia, pero solo los obstinados heredarán sus sueños. Si algo queda claro para Colombia hoy 3 de octubre, es que quienes nos empeñamos en construir un futuro mejor para este país tenemos muchos retos, y para los educadores el reto se potencia. Rendirse ahora sería quedar atrapado en las redes del miedo y la mentira. Ayer se ratificó la necesidad de cambio, hoy me levanto refirmando un mensaje para mí, para mis hijos, para mi madre, para los que sueñan: "El día en que me despierte sin ganas de cambiar el mundo, será el día en que el mundo me habrá cambiado", y ese día no es hoy.