febrero 09, 2016

CRISIS EN LA UNIVERSIDAD DEL TOLIMA: ¿EN DÓNDE ESTÁ LA SALIDA?

Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Un hámster atrapado en la rueda sigue caminando porque considera que la salida está próxima, sin darse cuenta que sus pisadas reproducen una agonía infinita de sin salidas. Si el hámster es capaz de entender la inutilidad de hacer girar la rueda, podría soñar en cambiar dicha lógica. Hace mucho rato que la Universidad del Tolima es la rueda que gira y gira sin parar, y el hámster es la comunidad. ¿En dónde está la salida?
El Ministerio de Educación. Amo y señor de las malas políticas educativas del país, solo querrá aprovechar el momento para diseñar una “prueba piloto” que les permita reconfigurar las universidades públicas. Recordemos que la Ley 1740 es una reformeta de la Ley30 de 1992, la cual creímos tumbar en el 2011, pero que ellos han venido implementando de manera soterrada. Tienen un gran aliado interno en la Universidad del Tolima y es el mismo rector, para la muestra su política de cobertura con calidad, acreditación institucional, excelencia académica, indicadores de gestión, publicaciones indexadas y demás conceptos propios de la política ministerial. Para ellos la culpa es de la comunidad, se excluyen ellos, excluyen al gobernador pasado y de turno y excluyen, por supuesto a su mejor heterónomo alumno: el rector.
La Gobernación. Presidida por Oscar Barreto, quien años atrás se negó a girarle las transferencias de ley porque el exrector Ramón Rivera Bulla le ganó la puja por la rectoría, hoy aparenta lavar la mancha del pasado y hacerse pasar por salvador de la Universidad. Su estrategia, la lenta espera. No quiere asumir el caos, no quiere invertir mayores esfuerzos económicos y políticos en una institución que se sospecha inviable. Considera que el Ministerio de Educación debe dar la pauta y determinar la dimensión de la crisis, posiblemente después de barrida la casa le interese organizar la fiesta. De dientes para fuera culpa al rector, de dientes para dentro guarda sus reservas. Culpa a la comunidad soterradamente, porque sabe que su mayor resistencia anida allí.
El rector. Reelegido en la turbulencia de una crisis que ocultó con un dedo (auspiciado por la ceguera oportuna de sus aliados), sabe la real dimensión de la debacle. Quiere implementar un plan de ajuste fiscal que de entrada no garantiza el largo aliento financiero que requiere la institución, por eso hoy clama porque la Universidad del Tolima ingrese en Ley 550, la misma que se aplicó por primera vez en la Universidad del Atlántico en el año 2005 y que después de una década de penurias, maltratos y desinstitucionalización, continúa teniendo dicha universidad en la esquina del abismo. Para el rector la culpa es “estructural”, es decir, no es suya, ni de su equipo; y la solución debe recaer en la comunidad en una suerte de “todos pongan” que yo organizó. Sin credibilidad, sin gobernabilidad y sin respaldo de sus antiguos aliados juega su carta maestra: llamar al papá Ministerio para que lo defienda.
La comunidad. Compuesta por tres volubles elementos (estudiantes, trabajadores y docentes), se mueve entre la culpa, la angustia y el deseo de aportar algo real a la salida. En sentido estricto, cada estamento son varios a la vez, se mueven al vaivén de sus intereses individuales y de pequeñas colectividades. Intentan unirse poniéndose de acuerdo en los intereses comunes, pero sospechan mutuamente unos de los otros, la historia de sus actuaciones está ahí en el retrovisor de la vida cotidiana. Saben que los misiles reformistas del Ministerio, de la Gobernación y del Rector apuntan hacia ellos, pero aún son incapaces de abandonar su lugar de enunciación para construir un proyecto mediado por las diferencias, pero robustecido por lo común. Las viejas prácticas tienen extensas raíces que deben ser cortadas.
Ante este panorama la única salida (no garantizada) es la construcción de una propuesta colectiva, lo más incluyente y universitariamente posible; dolorosa porque implica salir de los escenarios de confort y enfrentarnos a las otras dimensiones con los que se alimentan las crisis: la apatía, la componenda, la negociación soterrada, el privilegio, los amiguismos con el poder, la falta de compromiso con lo público y el respeto por la comunidad misma.
En ese camino todos hemos avanzado, unos más que otros, pero la ruta parece estar clara. Los trabajadores tienen sus diagnósticos y sus propuestas, los docentes han elaborado un documento juicioso en su primera versión, los estudiantes avanzan derribando los diques y empiezan a gestionar sus debates. Lograr un epicentro de estas ideas, cruzarlas, tamizarlas, ponerlas al desnudo y construir una propuesta de la comunidad, es hoy la única manera de evitar la predeterminación del MEN, el Gobernador y el Rector, esa tríada que origina la crisis y que hoy la descarga sobre la Universidad y sus actores.

Las crisis deben generar transformaciones, lo peor después de ellas es seguir instalados en el mismo lugar donde germinaron. Algo viejo debe morir para que lo nuevo pueda surgir.