junio 03, 2014

EL SÍNDROME DE BORGES

Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Para William Ospina y Harold Alvarado Tenorio

Años después, frente al pelotón de fusilamiento, dos poetas habrían de recordar que alguna vez Borges dijo que todos los hombres eran uno solo, y que, ese hombre llamado Borges, dijo alguna vez sin ruborizarse:
«El general Pinochet me pareció un hombre muy grato. Es un hombre admirable que ha salvado a su patria. Estoy orgulloso de haberle estrechado la mano a ese prócer de América. La democracia es sólo superstición. Franco fue un beneficio para su pueblo»
Latinoamérica era entonces una aldea de casitas de barro y cañabrava, y los dictadores llegaban al poder con las armas. Pero en el otro tiempo, en la época de los fusilamientos futuros, los dictadores usaban las urnas y ellas se llenaban de votos sangrientos gracias a cierta peste del insomnio que se había esparcido como fuego por la llanura, devorando incluso la franja amarilla de las esperanzas.
-          ¡Qué irónica es la historia!, -dijeron al unísono los poetas- terminar en el mismo paredón. Mejor labor hubiésemos hecho escribiendo o traduciendo bellos versos para Aquitrave.
Qué iban a sospechar siquiera los dos insignes poetas que, como creían los hechiceros, las lecturas trasmiten ideologías, y sus espíritus terminarían siendo sometidos por el síndrome de Borges.