julio 06, 2010

DE LAS FORMAS FEUDALES Y BURGUESAS


Por: Carlos Arturo Gamboa B.


Durante dos periodos de gobierno Colombia estableció un modelo de gobierno feudal, y a partir de ahora se implementará un Estado burgués. Aunque las líneas del poder establecido siempre posicionan el régimen dominante, las particularidades de los mismos difieren en algunas tonalidades no poco importantes, que a mi juicio son igualmente letales.

El señor feudal ostenta el poder con el ansia de un reconocimiento público y privado, él se sabe carente de linaje por lo tanto apela a todas las formas posibles de afirmación, que por lo general busca mediante la concreción de acciones que populicen su mandato. Él procura el favor del pueblo a bajo costo, en una transacción de migajas por popularidad. El discurso del señor feudal busca hacerle creer al pueblo que tiene en él un digno representante de sus necesidades, por eso apela a los diminutivos, palabras que acercan la brecha entre el latifundista y el desheredado de la tierra. Se reúnen constantemente con las masas populares y atiende el llamado, las súplicas de los miserables retumban en sus oídos y establece máscaras de ternura que se adentran en la creencia popular. El señor feudal es un tirano adorado. Los enemigos del gobierno feudal son todos aquellos, seres o fenómenos, que atenten contra su figura de líder, de adalid de las masas, por eso persigue con ahínco las voces disonantes, prestan todos sus esfuerzos a la letalidad de los complot y no le tiembla la mano para sacrificar a sus más cercanos cómplices con el fin de ratificar la seudo-legalidad de su mandato. El señor feudal se sabe ajeno a toda casta, su nombre no tiene una tradición dentro de los recovecos sociales, por eso persigue el bien material a toda costa, depreda los límites ajenos, se apodera de las tierras en transacciones de sangre. Poseer animales y tierras, es para el señor feudal, el fin último de su destino, quiere perpetuarse en el trono, pues sabe que sus herederos no tienen el linaje suficiente para conservar el poder.

Por su parte, el señor burgués se sabe poseedor de una tradición, de un don de sangre, su arte de gobernar no es aprendida por ejercicio práctico, sino que se cree poseedor de un linaje que lo catapulta como tal. Su entrenamiento no está en poseer la tierra, está en el campo de los negocios, su nombre y sus bienes hacen parte de toda una historia y el poder jamás le ha sido ajeno a su casta. Los enemigos del señor burgués están en la bolsa de valores, en los mismos negociantes con quienes reparte su reinado, la tierra es otro bien más y los brotes de rebeldía de los subyugados son apenas disculpas para una nueva transacción monetaria. El señor burgués no mata de frente, sabe que el comercio de la muerte es lucrativo, por eso le interesa estar a las sombras, poco frecuenta el mundo popular, no le interesa que el vulgo lo reconozca como parte de ellos, al contrario, procura una enorme distancia, aberración que heredó del linaje de su sangre. El discurso del señor burgués es tajante, siempre con tambores de guerra, altisonante adjetivo del mandato, aunque nunca descarta, como buen negociante, la posibilidad de realizar pactos nacionales que garanticen la tranquilidad de su mandato. A él le interesa el mundo, no como al señor feudal que le interesa su latifundio. Mientras el señor feudal pasea en su caballo, el señor burgués prefiere un Air Boing.


Dos formas de dominación, dos construcciones de Estado que en nada favorecen al vulgo que siempre estará limitado a la esquina odiosa del olvido. En el primer escenario el señor feudal es amado por la mayoría, por eso quieren perpetuarlo en el poder, porque él garantiza que la miseria sea disfrazada con penachos de colores de esperanza. En el segundo escenario el burgués es odiado por las mayorías, pero su poder se establece a fuerza de leyes, sin embargo su perduración dependen del pacto entre gobernantes y burgueses, esta transacción le permite credibilidad y por lo tanto legitimidad. Colombia hoy se debate en el enigma del gobierno del señor burgués después de haber padecido durante ocho años al señor feudal. Nunca estos dos especímenes han tenido problemas en complementarse pues se reparten el poder por turnos, mientras el vulgo mira aletargado en sus platos de ignominia humana y los opositores sueñan con cenar, al menos una noche, en el palacio.